Poemas conceptuales
Si tomara una direcciòn tendrìa
30 horas en un solo lugar y no tendrìa que estar yendo de acà
para allà, a las corridas, por temor a llegar tarde.
Recuerdo la època en que fui adolescente, joven,
y vendìa objetos por las calles: era libre como un ave
o asì lo creìa
y entraba a los comercios para conocer gente
sumamente interesante.
Poderosamente me llamaban la atenciòn
los escaparates, las vidrieras, las bellas vendedoras:
una en especial, no sè por què, me obsequiaba libros de Neruda
(Losada obviamente)
en la esquina de El Maestro y Rivadavia: hoy hay un cafè al que
nunca he ido, ni siquiera he entrado.
Hoy en cambio, las personas parecen saber mucho, ostentan
sus pobres conocimientos, olvidan la Muerte
al final del callejòn, esa boca de lobo los atrapa
irremediablemente.
Ella, la Muerte, los espera en todas partes, es
extremadamente paciente, como ella sola puede serlo, ellos
mientras tanto, exhiben sus pobrecitos, sus paupèrrimos y
ruinosos saberes jurìdicos, jurisprudenciales.
No obstante, la vida sigue su afortunada rueda, o no tanto:
los puentes, recientemente construidos, se caen en pedazos
barridos por las aguas desencadenadas, el viento, la lava.
Yo entraba en los negocios, procurando vender
ciertas determinadas mercancìas
que no vienen al caso: làmparas, espejos varios, repuestos diversos, accesorios
de todo tipo: cheques me daban, billetes, caminaba y miraba
pero mi mirada estaba atrapada por la lògica mercantil
que como un pulpo asesino nos desgarra entre sus 8 tentàculos
como el Kraken de Victor Hugò en
Los trabajadores del mar
Arlt mediante, Rand mediante.
Milei es un loco pero ahora tiene el poder
ergo, puede permitirse
el lujo de la locura.
Hitleriano y anarco libertario, todo a un mismo tiempo,
se permite presidencialmente
toda clase de gestos màs o menos crispados
propios de una pseudo estètica nazi solapada
insidiosamente anarquista
aunque de àcrata no tiene
absolutamente nada, pero ha expropiado el tèrmino
"libertario".
Yo vendìa toda clase de cosas mediante corretaje
en especial, extinguidores de incendio, recuerdo, por ejemplo,
que vendìa con una facilidad extraordinaria realmente
que a mì mismo, incluso, me sorprendìa
gratamente.
Me sentaba en las confiterìas, muy cerca de la caja registradora
a leer el diario, pero con el objetivo real de vender
y extrañamente lo lograba.
Dejaba la lectura o el baile de lado
y a cargar los putos matafuegos
lo cual llevaba un cierto tiempo porque habìa que ir a
la fàbrica, tomar el subte, el premetro (una especie de tranvìa,
por Soldati) ir, volver y la puta que te pariò. Pero aquello ciertamente
me daba de comer, me permitìa
parar la olla, pagarme la facultad, porque estudiaba Letras
en la UBA.
Sì, estudiaba Letras, y recitaba las Aguafuertes porteñas de
Roberto Arlt, de memoria, es decir, de corazòn
para escarmiento de los acadèmicos
sin pena ni gloria
que vendìan sus libros indirectamente
pues los ponìan como bibliografìa obligatoria: increible pero real.
Asì pasaron los años, se me fue blanqueando el pelo, el rebenque de la vida
me ha golpeado sin cesar, sin Cèsar, sin zar del clima
o de las finanzas.
Un dìa dejè el corretaje, terminè la carrera de Letras y
mientras estaba orinando en el baño de una escuela, me dije
premonitoriamente: finalmente, Gastòn, te han atrapado.
Y era cierto.
Totalmente.
Absolutamente.